A mí, directivos me han negado en la cara hechos en que he tenido chicos lastimados. Contra las estructuras, muchas veces, no se puede. Hay muchas trabas. Yo, de forma independiente visito las instituciones, por alumnos violentos y por otros violentados. Las directivos suelen negar todo: “aquí no pasa”, “son cosas menores”, “ya se habló con los padres”. Ellos no tienen que decidir qué peligrosidad tienen los hechos. Cuando ocurren situaciones violentas, se debe tomar nota de quiénes participaron, qué pasó, cuándo, dónde, quiénes estaban presentes para que un equipo capacitado pueda indicar si es riesgoso. Todo riesgo hay que tenerlo en cuenta, pero algunos casos son urgentes. Llamar a la reflexión y repudiar los hechos en un comunicado es más de lo mismo, no hacen nada.
La historia de los uniformes y la violencia no tiene fin. Este no fue un hecho aislado. Hay violencia adentro de los colegios y afuera, cuando los alumnos de distintas instituciones se enfrentan. Los directivos los saben, pero no toman cartas en el asunto. A lo mejor supervisan u orientan, pero esto es como un incendio; no es algo que puede controlar a medias, porque puede terminar en muerte. Esto es como la violencia en la cancha o las agresiones hacia las mujeres; siempre hubo estos enfrentamientos entre adolescentes. Lo cierto es que, al igual que la violencia contra la mujer, o en una cancha, estaba como naturalizada, como si fuera el folklore: en la cancha era normal que se matara a uno, y la idea era que la mujer debía ser sumisa del hombre. En los tres casos hay que cambiar de raíces el paradigma con el que se actúa, que es obsoleto. Hay que poner las cartas sobre la mesa: mientras no se intervenga, nada cambiará.